Prevención en las
demencias(I): Factores de Riesgo
Antes de
comenzar explicando cuáles son los diferentes factores determinantes que
pondrían en población de riesgo de padecer demencia a una persona, vamos a
describir lo que los estudios epidemiológicos entienden por “riesgo”.
Entendemos por esta palabra, un concepto que describe una futura probabilidad
de padecer una enfermedad en función de una exposición a un acontecimiento o
sustancia en general, a nivel de población. De esta forma, decimos que dicha
exposición puede incrementar o disminuir la probabilidad de padecer una
alteración (Hughes and Ganguli, 2009).
Como
señalan numerosas investigaciones, la patología de la demencia a nivel cerebral
empieza a desarrollarse varios años antes de la aparición de los signos y
síntomas característicos. Por ello los estudios epidemiológicos de las demencias
deben de centrarse en las etapas más tempranas de la vida, para así poder
evaluar los diferentes y numerosos factores de riesgo que pueden ser
modificables. Identificar dichos factores pueden poner de manifiesto el gran
potencial disponible que puede reducir de forma eficaz las consecuencias que
derivan de las demencias en las décadas posteriores, a través de un abordaje
centrado en la prevención primaria (Hughes and Ganguli, 201
Factores
de riesgo no modificables
No
obstante, se apuntan una serie de factores no modificables, pero que no debemos
pasar por alto a la hora de determinar la población de riesgo que pueda
desarrollar una demencia (Hughes and Ganguli, 2010). Entre estos factores se
incluyen los factores genéticos, la edad, el sexo y la historia familiar. Los
primeros muestran una importante heterogeneidad, debido principalmente a que
los marcadores genéticos que se conocen, son de dos tipos (Barranco-Quintana,
Allam, Del Castillo y Navajas, 2005):
- Factores genéticos determinantes: mutaciones de ciertos genes cuya expresión determina irremediablemente la aparición de demencias como la Enfermedad de Alzheimer. Su transmisión es autosómica dominante, con alta penetrancia y responsables de forma hereditaria. Su inicio suele darse de manera precoz, en concreto entre los 35 y los 55 años. Al ser un factor hereditario, afecta a algunas familias, aunque afortunadamente son muy infrecuentes y responsables de una proporción muy pequeña de casos.
- Factores genéticos predisponentes: su presencia aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. En este sentido de manera detallada, se destaca la presencia del alelo ε4, que codifica el genotipo APOE, ubicado en el cromosoma 19. Dicho alelo, está altamente relacionado a un mayor riesgo de cursar Demencia tipo Alzheimer en un futuro, aunque bien es cierto que su magnitud no ha sido establecida con precisión. Sin embargo, sí se ha constatado que aquellas personas portadoras de este alelo presentan una menor respuesta favorable a tratamiento tras haber sufrido traumatismos craneoencefálicos, en especial de carácter crónico (conocidos en especial por ser lo que presentan los boxeadores), y, por lo tanto, un mayor riesgo de demencia.
Muy
relacionado con los aspectos genéticos, Barranco y sus colaboradores (2005)
apuntan a otra serie de factores como la edad, el sexo y la historia familiar
que pueden aumentar irremediablemente el riesgo de padecer demencia. En
relación a esta última variable, estos investigadores afirman que en torno a un
40% de las personas afectadas de Enfermedad de Alzheimer presentan una
incidencia familiar de demencia, que puede llegar a alcanzar hasta un 50% si los
afectados son muy longevos (Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y Navajas,
2005).
Por
último, en cuanto a la edad y al sexo, se encuentran datos reveladores. En
relación a la primera variable, ésta es la principal razón o marcador de riesgo
de desarrollar enfermedades neurodegenerativas, de manera que la prevalencia se
multiplica cada cinco años a partir de los 60 años. Para ser más precisos,
podemos señalar como se pasa de un riesgo de un 1% en los 60-65 años al 4,3% a
los 75 años; hasta llegar al 28,5% a los 90 años (Barranco-Quintana, Allam, Del
Castillo y Navajas, 2005). No obstante, hay ciertas formas demenciales que, a
pesar de tener menos probabilidad de ocurrencia, frecuentemente aparecen antes
de los 65 años, como es el caso de la demencia frontotemporal. Jurado, Mataro y
Pueyo (2013) afirman que esta demencia tiene una edad típica de inicio entre
los 45 y los 65 años de edad (Jurado, Mataró y Pueyo, 2013).
En cuanto
al sexo, se encuentran estimaciones que varían según qué demencia. Así, para la
Enfermedad de Alzheimer se encuentra que ser mujer es un factor de riesgo mayor
que ser hombre (Fernández et al., 2008); mientras que ser hombre se
consideraría un factor de riesgo a desarrollar degeneración lobar
frontotemporal, en especial la variante comportamental (Iragorri, 2007).
Factores
de riesgo modificables
Una vez
establecidos aquellos factores de riesgo que inevitablemente no pueden ser
modificables, pasaremos a explicar aquellos factores que sí pueden serlo. De
manera detallada, vamos a demandar aquellas etapas de la vida que deben ser
tenidas en cuenta de acuerdo a poder intervenir en estos factores. Llevar a
cabo una intervención preventiva, puede modificar el riesgo de sufrir demencia,
debido al momento de la expresión clínica de los síntomas.
De hecho,
aunque la patología de la demencia se produce 20 años antes de la aparición de
esta, desde el mismo nacimiento ya podrían existir ciertos factores que
empezarían a provocar consecuencias negativas en el rendimiento cognitivo. Así,
la presencia de desnutrición fetal, un bajo peso al nacer y/o no ser amamantado
en los primeros meses de vida podría conducir a patologías vasculares como
diabetes, ateroesclerosis, hipertensión arterial o colesterol, que están
relacionados con la Enfermedad de Alzheimer. Asimismo, se señalan otra serie de
variables acaecidas en la primera infancia, relacionadas con el desarrollo
cognitivo, acceso a la educación, así como una baja estimulación
medioambiental, que podrían retardar el desarrollo del cerebro, la inteligencia
y el rendimiento cognitivo. Estos factores podrían incrementar el riesgo de
demencia (Hughes and Ganguli, 2009).
Así,
Aguirre-Acevedo y sus colaboradores (2014) acuña a introducir cambios en los
estilos de vida, y de desarrollar o implementar intervenciones preventivas
(Aguirre-Acevedo et al., 2014). Hughes and Ganguli acuñan a otra serie de
datos. Estos autores señalan que la prevalencia de demencias como la Enfermedad
de Alzheimer puede cuadruplicarse en los próximos 40 años de no desarrollarse
intervenciones de carácter preventivo (Hughes and Ganguli, 2009). En esta misma
línea, Jurado, Mataró y Pueyo acuñan a intervenir de forma preventiva sobre la
salud cerebrovascular, debido a la comorbilidad que presenta la patología
vascular con la Enfermedad de Alzheimer (entre un 60 y un 90%). Estos autores
apuntan que ambas patologías comparten factores de riesgo tales como
hipertensión, hipercolesterolemia, ictus previos, enfermedad aterosclerótica o
fibrilación atrial, que alteran la función de los vasos cerebrales y las
células asociadas, por medio del estrés oxidativo (Jurado, Mataró y Pueyo,
2013).
Una vez
hablado en términos generales, vamos a explicar cuáles son aquellos factores de
riesgo que pueden ser modificables en las diferentes etapas de la vida, entre
los que destacan el nivel de ocupación, la presencia de traumatismos
craneoencefálicos, presencia de episodios depresivos, consumo de tabaco,
factores médicos como la diabetes mellitus o accidentes cerebrovasculares, y un
largo etcétera que explicaremos a continuación (Hughes and Ganguli, 2010;
Aguirre, 2014).
- Diabetes mellitus:
La diabetes mellitus (en concreto la tipo II)
incluye una serie de alteraciones metabólicas de múltiples etiologías que se
caracterizan por hiperglucemia crónica y trastornos en el metabolismo de los
hidratos de carbono, de los lípidos y de las proteínas, que se dan como
consecuencia una serie de defectos en la secreción de insulina (Ministerio de
Sanidad y Consumo, 2008). En concreto, la alteración de la secreción de insulina,
la intolerancia a la glucosa y la resistencia a la insulina en la edad media
está relacionada con un aumento de sufrir demencia. En este sentido, existen
tres procesos interrelacionados entre sí que favorecen a la aparición de la
demencia (Hughes and Ganguli, 2010):
·
Lesión
vascular cerebral que puede dar lugar a la isquemia cerebral.
·
Alteración
del metabolismo de las proteínas AB y TAU, que último término lleva a la
formación de placas seniles y ovillos neurofibrilares.
·
Aumento
de factores inflamatorios.
- Obesidad:
La obesidad es otro de los factores de riesgo que
han sido estudiados en los últimos años. Diversos autores han encontrado que
este factor está íntimamente relacionado con otras variables, como la
hipertensión arterial, el colesterol alto o la diabetes mellitus (Hughes and
Ganguli, 2009). Asimismo, en los últimos años se ha encontrado que este tipo de
alteraciones afecta en el rendimiento cognitivo, deteriorándolo notablemente
(García y Villalobos, 2012). De manera más detallada, Toledo (2011) señala
especialmente que sufrir obesidad en edades medias de la vida es un factor de
riesgo para desarrollar enfermedades neurodegenerativas como la Enfermedad de
Alzheimer o la Demencia Vascular. En este sentido, el investigador afirma que
en la etapa subclínica de la enfermedad (unos 10 años antes de la aparición de
la sintomatología de la demencia) aparece una notable pérdida de peso (Toledo,
2011; Gutiérrez et al., 2011). Esto podría explicarse al factor que ejerce la
leptina, una hormona que tiene un efecto neuroprotector al eliminar los
depósitos de proteína beta-amiloide. En este sentido, Gutiérrez y sus
colaboradores (2011) indican que las personas que padecen obesidad tienen unos
niveles de leptina más bajos que las personas que no la sufren, lo que se
traduciría en una mayor presencia de otra serie de factores como colesterol,
ácidos grasos y lipoproteínas que en mayor medida lo que produce es un
incremento de estos procesos de amiloidogénesis (Gutierrez et al., 2011).
- Consumo de tabaco
Existe mucha controversia en la literatura acerca
del papel del tabaco y su relación con la aparición de demencia. Nos vamos a
centrar en las aportaciones de López y García (2004) y de Fabián y Cobo (2007).
El primer autor indica especialmente una investigación realizada por el
Honolulu Heart Program, que realizó un seguimiento de 8000 hombres nacidos
entre 1900 y 1919. Se encontró que los fumadores de intensidad media
presentaban un mayor riesgo de desarrollar demencia que los fumadores de
intensidad bajo o alta. Los investigadores que llevaron a cabo este estudio
argumentaron que este hallazgo no pone en entredicho la relación
dosis-respuesta, debido a que el grupo de los fumadores de intensidad alta
presenta una mayor mortalidad, por lo que, en el momento de realizar el examen
comparativo, los participantes de este grupo no sobrevivieron (López y García,
2004).
Por otra parte, el tabaco presenta relaciones con
otras variables como la hipertensión arterial o el colesterol alto, variables
que tienen estrecha relación con la acumulación de proteína beta-amiloide en el
cerebro. Así, Fabián y Cobo (2007) afirman que las personas que fuman, padecen
hipertensión arterial y presentan colesterol alto, tienen una probabilidad dos
veces y medio mayor de padecer demencia (Fabián y Cobo, 2007).
- Estado civil y relaciones sociales
Son varios autores los que apuntan que las
relaciones sociales influyen de manera notable en el desarrollo de una
demencia. En este sentido, hemos de destacar la influencia que ejerce el apoyo
social como variable etiológica en la integración y participación social de los
individuos. En un principio se deduce que a mayor cantidad de relaciones
sociales, mayor será también el grado de integración y participación social. No
obstante, el número de personas con las que interactuamos a diario no tiene por
qué reflejar fielmente los recursos sociales de que dispone el individuo. Es
decir, lo importante no es cantidad de relaciones sociales, sino su calidad
(Pinazo, 2005).
Centrándonos en los factores de riesgo, se apunta
que aquellas personas que pasan más tiempo en soledad tienen más riesgo de
desarrollar una demencia (Menéndez, Martínez, Fernández y López-Muñiz, 2011).
Otros autores indican que una menor satisfacción con las relaciones
interpersonales se asocia con una peor calidad de vida, y a su vez, con un
cierto riesgo de desarrollar demencia. Por esto, se consideran importantes las
relaciones sociales en algunas guías internacionales, como la National
Institute for Health and Clinical Excellence (NICE) (Lucas-Carrasco, Peró y
March, 2011).
A nivel autonómico, Ruiz (2012) llevó a cabo un
estudio epidemiológico en Andalucía, con el objetivo de analizar qué variables
son determinantes en la evolución de la demencia. En concreto, este autor
encontró que tanto los hombres como las mujeres que eran solteros o viudos,
presentaban un mayor rango de demencia que aquellos que eran casados o
divorciados. No obstante, el investigador señala que los resultados obtenidos
deben examinarse con más detenimiento, puesto que el estado civil registrado en
las estadísticas oficiales no recoge con exactitud la situación sentimental de
las personas. No obstante, en los mayores de 60 años, posiblemente la
percepción sea diferente que a edades más jóvenes (Ruiz, 2012).
- Sueño
La relación sueño-aparición de demencia ha sido
estudiada tanto por su exceso como por su déficit. En este sentido, una serie
de investigadores de la Universidad de Washington apuntan a la existencia de
una proteína llamada orexina, que está implicada en el ciclo sueño-vigilia, y
que podría jugar un papel importante en la patogénesis de la Enfermedad de
Alzheimer. En este sentido, se señala que tanto un exceso de sueño, como un
déficit podrían contribuir a un aumento de la acumulación de proteína
Beta-amiloide y por lo tanto, a un mayor riesgo de desarrollar en el futuro una
demencia tipo Alzheimer (Kang et al., 2009; Menéndez et al., 2011). De manera
detallada, los trastornos del sueño podrían jugar un rol determinante en el
desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas, ya que podrían exacerbar un
proceso fundamental que conduce a la neurodegeneración. Así, la optimización
del sueño podría ayudar a inhibir la acumulación de proteínas tóxicas y reducir
y retrasar la aparición de la Enfermedad de Alzheimer (Ibid, 2009).
- Depresión
La presencia de depresión en personas mayores es
considerada por varios autores como otro factor de riesgo a desarrollar
trastornos cognitivos, puesto que también se ha asociado a una peor calidad de
vida en comparación con aquellas personas que no padecen estos episodios de
carácter depresivo (Lucas-Carrasco, Peró y March, 2011). De hecho, son varios
autores los que afirman que la depresión podría ser el mayor problema
psicopatológico que afecta a la población de la tercera edad, apareciendo
alguna sintomatología depresiva en torno al 15% de la población mayor de 65
años (Izquierdo, Fernández, Sitjas, Elias y Chesa, 2003).
De una manera más detallada, parece ser que en esta
relación depresión-demencia, existe una tercera variable, que sería el alelo
APOE ¾. En este sentido, se ha señalado que la depresión puede ser un verdadero
factor de riesgo etiológico debido a que las personas quienes padecen esta
enfermedad, presentan unos niveles de glucocorticoides crónicamente elevados
que puede causar atrofia hipocampal y una consecuente disfunción cognitiva. No
obstante, también se indica que la depresión puede ser una consecuencia
secundaria al deterioro cognitivo progresivo, debido al daño frontoestriatal y
a la pérdida de volumen del hipocampo, causado por la neuropatología
neurodegenerativa (Hughes and Ganguli, 2009).
Izquierdo y sus colaboradores (2003) recogen en su
revisión que el deterioro cognitivo es más común en personas que sufren
episodios depresivos más tarde de los 65 años, enfatizando que podría haber una
causa orgánica común. Estos autores recogen una serie de hipótesis, que
explicaría la relación entre la depresión como factor de riesgo de la demencia.
En primer lugar, acuñan a la existencia de una tercera variable unificadora
entre la depresión-demencia, que sería el tratamiento farmacológico de la
depresión. Según esta primera hipótesis, la exposición prolongada al
tratamiento antidepresivo, podría predisponer biológicamente al desarrollo de
una demencia en un futuro. En segundo lugar, estos autores abogan que la
depresión y la demencia comparten factores de riesgo comunes, si bien los
trastornos cerebrovasculares, y una cierta vulnerabilidad genética expresada
mediante el genotipo APOE ε4, explicaría dicha relación. Por último, los
investigadores exponen la posibilidad de que la depresión podría ser un
precursor de la demencia, puesto que los estudios de casos clínicos en los
individuos diagnosticados de depresión, acaban desarrollando enfermedades
neurodegenerativas como la Enfermedad de Alzheimer (Izquierdo, et al., 2003).
- Ausencia de dieta saludable
En lo referente a la dieta, podemos indicar que
aquellas personas que no llevan a cabo una dieta equilibrada, unida a una vida
sedentaria, podrían tener un mayor riesgo de sufrir demencia, ya que estas
personas ignorarían una serie de factores protectores, además de acentuar
conductas que le llevan a último término a pertenecer a esta población de riesgo.
En concreto, nos vamos a centrar en el exceso de
ingesta de calorías. Barranco y sus (2005) colaboradores indican que en los
países donde el consumo de calorías es menor (China y Japón) se presentan una
incidencia menor de Enfermedad de Alzheimer que en la de otros países donde la
ingesta calórica es mayor. Mattson (2003), hipotetiza que unos niveles bajos
calóricos, previene el daño en los vasos cerebrales, el estrés oxidativo y la
acumulación de proteína Beta-amiloide (Mattson, 2003, citado en Barranco-Quintana,
Allam, Del Castillo y Navajas, 2005).
*La penetrancia es la proporción de una población que
expresa el fenotipo patológico entre todos los que presentan un genotipo
portador de un alelo mutado.
Prevención en las
demencias(I): Factores de Riesgo
Antes de
comenzar explicando cuáles son los diferentes factores determinantes que
pondrían en población de riesgo de padecer demencia a una persona, vamos a describir
lo que los estudios epidemiológicos entienden por “riesgo”. Entendemos
por esta palabra, un concepto que describe una futura probabilidad de padecer
una enfermedad en función de una exposición a un acontecimiento o sustancia en
general, a nivel de población. De esta forma, decimos que dicha exposición
puede incrementar o disminuir la probabilidad de padecer una alteración (Hughes
and Ganguli, 2009).
Como
señalan numerosas investigaciones, la patología de la demencia a nivel cerebral
empieza a desarrollarse varios años antes de la aparición de los signos y
síntomas característicos. Por ello los estudios epidemiológicos de las
demencias deben de centrarse en las etapas más tempranas de la vida, para así
poder evaluar los diferentes y numerosos factores de riesgo que pueden ser
modificables. Identificar dichos factores pueden poner de manifiesto el gran
potencial disponible que puede reducir de forma eficaz las consecuencias que
derivan de las demencias en las décadas posteriores, a través de un abordaje centrado
en la prevención primaria (Hughes and Ganguli, 2010).
Factores
de riesgo no modificables
No
obstante, se apuntan una serie de factores no modificables, pero que no debemos
pasar por alto a la hora de determinar la población de riesgo que pueda
desarrollar una demencia (Hughes and Ganguli, 2010). Entre estos factores se
incluyen los factores genéticos, la edad, el sexo y la historia familiar. Los
primeros muestran una importante heterogeneidad, debido principalmente a que
los marcadores genéticos que se conocen, son de dos tipos (Barranco-Quintana,
Allam, Del Castillo y Navajas, 2005):
- Factores genéticos determinantes: mutaciones de ciertos genes cuya expresión determina irremediablemente la aparición de demencias como la Enfermedad de Alzheimer. Su transmisión es autosómica dominante, con alta penetrancia y responsables de forma hereditaria. Su inicio suele darse de manera precoz, en concreto entre los 35 y los 55 años. Al ser un factor hereditario, afecta a algunas familias, aunque afortunadamente son muy infrecuentes y responsables de una proporción muy pequeña de casos.
- Factores genéticos predisponentes: su presencia aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. En este sentido de manera detallada, se destaca la presencia del alelo ε4, que codifica el genotipo APOE, ubicado en el cromosoma 19. Dicho alelo, está altamente relacionado a un mayor riesgo de cursar Demencia tipo Alzheimer en un futuro, aunque bien es cierto que su magnitud no ha sido establecida con precisión. Sin embargo, sí se ha constatado que aquellas personas portadoras de este alelo presentan una menor respuesta favorable a tratamiento tras haber sufrido traumatismos craneoencefálicos, en especial de carácter crónico (conocidos en especial por ser lo que presentan los boxeadores), y por lo tanto, un mayor riesgo de demencia.
Muy
relacionado con los aspectos genéticos, Barranco y sus colaboradores (2005)
apuntan a otra serie de factores como la edad, el sexo y la historia familiar
que pueden aumentar irremediablemente el riesgo de padecer demencia. En
relación a esta última variable, estos investigadores afirman que en torno a un
40% de las personas afectadas de Enfermedad de Alzheimer presentan una
incidencia familiar de demencia, que puede llegar a alcanzar hasta un 50% si
los afectados son muy longevos (Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y
Navajas, 2005).
Por
último, en cuanto a la edad y al sexo, se encuentran datos reveladores. En
relación a la primera variable, ésta es la principal razón o marcador de riesgo
de desarrollar enfermedades neurodegenerativas, de manera que la prevalencia se
multiplica cada cinco años a partir de los 60 años. Para ser más precisos,
podemos señalar como se pasa de un riesgo de un 1% en los 60-65 años al 4,3% a
los 75 años; hasta llegar al 28,5% a los 90 años (Barranco-Quintana, Allam, Del
Castillo y Navajas, 2005). No obstante, hay ciertas formas demenciales que a
pesar de tener menos probabilidad de ocurrencia, frecuentemente aparecen antes
de los 65 años, como es el caso de la demencia frontotemporal. Jurado, Mataro y
Pueyo (2013) afirman que esta demencia tiene una edad típica de inicio entre
los 45 y los 65 años de edad (Jurado, Mataró y Pueyo, 2013).
En cuanto
al sexo, se encuentran estimaciones que varían según qué demencia. Así, para la
Enfermedad de Alzheimer se encuentra que ser mujer es un factor de riesgo mayor
que ser hombre (Fernández et al., 2008); mientras que ser hombre se
consideraría un factor de riesgo a desarrollar degeneración lobar
frontotemporal, en especial la variante comportamental (Iragorri, 2007).
Factores
de riesgo modificables
Una vez
establecidos aquellos factores de riesgo que inevitablemente no pueden ser
modificables, pasaremos a explicar aquellos factores que sí pueden serlo. De
manera detallada, vamos a demandar aquellas etapas de la vida que deben ser
tenidas en cuenta de acuerdo a poder intervenir en estos factores. Llevar a
cabo una intervención preventiva, puede modificar el riesgo de sufrir demencia,
debido al momento de la expresión clínica de los síntomas.
De hecho,
aunque la patología de la demencia se produce 20 años antes de la aparición de
esta, desde el mismo nacimiento ya podrían existir ciertos factores que
empezarían a provocar consecuencias negativas en el rendimiento cognitivo. Así,
la presencia de desnutrición fetal, un bajo peso al nacer y/o no ser amamantado
en los primeros meses de vida podría conducir a patologías vasculares como
diabetes, atereoesclerosis, hipertensión arterial o colesterol, que están
relacionados con la Enfermedad de Alzheimer. Asimismo, se señalan otra serie de
variables acaecidas en la primera infancia, relacionadas con el desarrollo
cognitivo, acceso a la educación, así como una baja estimulación
medioambiental, que podrían retardar el desarrollo del cerebro, la inteligencia
y el rendimiento cognitivo. Estos factores podrían incrementar el riesgo de demencia
(Hughes and Ganguli, 2009).
Así,
Aguirre-Acevedo y sus colaboradores (2014) acuña a introducir cambios en los
estilos de vida, y de desarrollar o implementar intervenciones preventivas
(Aguirre-Acevedo et al., 2014). Hughes and Ganguli acuñan a otra serie de
datos. Estos autores señalan que la prevalencia de demencias como la Enfermedad
de Alzheimer puede cuadruplicarse en los próximos 40 años de no desarrollarse
intervenciones de carácter preventivo (Hughes and Ganguli, 2009). En esta misma
línea, Jurado, Mataró y Pueyo acuñan a intervenir de forma preventiva sobre la
salud cerebrovascular, debido a la comorbilidad que presenta la patología
vascular con la Enfermedad de Alzheimer (entre un 60 y un 90%). Estos autores
apuntan que ambas patologías comparten factores de riesgo tales como
hipertensión, hipercolesterolemia, ictus previos, enfermedad aterosclerótica o
fibrilación atrial, que alteran la función de los vasos cerebrales y las
células asociadas, por medio del estrés oxidativo (Jurado, Mataró y Pueyo,
2013).
Una vez
hablado en términos generales, vamos a explicar cuáles son aquellos factores de
riesgo que pueden ser modificables en las diferentes etapas de la vida, entre
los que destacan el nivel de ocupación, la presencia de traumatismos
craneoencefálicos, presencia de episodios depresivos, consumo de tabaco,
factores médicos como la diabetes mellitus o accidentes cerebrovasculares, y un
largo etcétera que explicaremos a continuación (Hughes and Ganguli, 2010;
Aguirre, 2014).
- Diabetes mellitus:
La diabetes mellitus (en concreto la tipo II)
incluye una serie de alteraciones metabólicas de múltiples etiologías que se
caracterizan por hiperglucemia crónica y trastornos en el metabolismo de los
hidratos de carbono, de los lípidos y de las proteínas, que se dan como
consecuencia una serie de defectos en la secreción de insulina (Ministerio de
Sanidad y Consumo, 2008). En concreto, la alteración de la secreción de
insulina, la intolerancia a la glucosa y la resistencia a la insulina en la
edad media está relacionada con un aumento de sufrir demencia. En este sentido,
existen tres procesos interrelacionados entre sí que favorecen a la aparición
de la demencia (Hughes and Ganguli, 2010):
·
Lesión
vascular cerebral que puede dar lugar a la isquemia cerebral.
·
Alteración
del metabolismo de las proteínas AB y TAU, que último término lleva a la
formación de placas seniles y ovillos neurofibrilares.
·
Aumento
de factores inflamatorios.
- Obesidad:
La obesidad es otro de los factores de riesgo que
han sido estudiados en los últimos años. Diversos autores han encontrado que
este factor está íntimamente relacionado con otras variables, como la
hipertensión arterial, el colesterol alto o la diabetes mellitus (Hughes and
Ganguli, 2009). Asimismo, en los últimos años se ha encontrado que este tipo de
alteraciones afecta en el rendimiento cognitivo, deteriorándolo notablemente
(García y Villalobos, 2012). De manera más detallada, Toledo (2011) señala
especialmente que sufrir obesidad en edades medias de la vida es un factor de
riesgo para desarrollar enfermedades neurodegenerativas como la Enfermedad de
Alzheimer o la Demencia Vascular. En este sentido, el investigador afirma que
en la etapa subclínica de la enfermedad (unos 10 años antes de la aparición de
la sintomatología de la demencia) aparece una notable pérdida de peso (Toledo,
2011; Gutiérrez et al., 2011). Esto podría explicarse al factor que ejerce la
leptina, una hormona que tiene un efecto neuroprotector al eliminar los
depósitos de proteína beta-amiloide. En este sentido, Gutiérrez y sus
colaboradores (2011) indican que las personas que padecen obesidad tienen unos
niveles de leptina más bajos que las personas que no la sufren, lo que se
traduciría en una mayor presencia de otra serie de factores como colesterol,
ácidos grasos y lipoproteínas que en mayor medida lo que produce es un
incremento de estos procesos de amiloidogénesis (Gutierrez et al., 2011).
- Consumo de tabaco
Existe mucha controversia en la literatura acerca
del papel del tabaco y su relación con la aparición de demencia. Nos vamos a
centrar en las aportaciones de López y García (2004) y de Fabián y Cobo (2007).
El primer autor indica especialmente una investigación realizada por el
Honolulu Heart Program, que realizó un seguimiento de 8000 hombres nacidos
entre 1900 y 1919. Se encontró que los fumadores de intensidad media
presentaban un mayor riesgo de desarrollar demencia que los fumadores de
intensidad bajo o alta. Los investigadores que llevaron a cabo este estudio
argumentaron que este hallazgo no pone en entredicho la relación
dosis-respuesta, debido a que el grupo de los fumadores de intensidad alta
presenta una mayor mortalidad, por lo que en el momento de realizar el examen
comparativo, los participantes de este grupo no sobrevivieron (López y García,
2004).
Por otra parte, el tabaco presenta relaciones con
otras variables como la hipertensión arterial o el colesterol alto, variables
que tienen estrecha relación con la acumulación de proteína beta-amiloide en el
cerebro. Así, Fabián y Cobo (2007) afirman que las personas que fuman, padecen
hipertensión arterial y presentan colesterol alto, tienen una probabilidad dos
veces y medio mayor de padecer demencia (Fabián y Cobo, 2007).
- Estado civil y relaciones sociales
Son varios autores los que apuntan que las
relaciones sociales influyen de manera notable en el desarrollo de una
demencia. En este sentido, hemos de destacar la influencia que ejerce el apoyo
social como variable etiológica en la integración y participación social de los
individuos. En un principio se deduce que a mayor cantidad de relaciones
sociales, mayor será también el grado de integración y participación social. No
obstante, el número de personas con las que interactuamos a diario no tiene por
qué reflejar fielmente los recursos sociales de que dispone el individuo. Es
decir, lo importante no es cantidad de relaciones sociales, sino su calidad
(Pinazo, 2005).
Centrándonos en los factores de riesgo, se apunta
que aquellas personas que pasan más tiempo en soledad tienen más riesgo de
desarrollar una demencia (Menéndez, Martínez, Fernández y López-Muñiz, 2011).
Otros autores indican que una menor satisfacción con las relaciones
interpersonales se asocia con una peor calidad de vida, y a su vez, con un
cierto riesgo de desarrollar demencia. Por esto, se consideran importantes las
relaciones sociales en algunas guías internacionales, como la National
Institute for Health and Clinical Excellence (NICE) (Lucas-Carrasco, Peró y
March, 2011).
A nivel autonómico, Ruiz (2012) llevó a cabo un
estudio epidemiológico en Andalucía, con el objetivo de analizar qué variables
son determinantes en la evolución de la demencia. En concreto, este autor
encontró que tanto los hombres como las mujeres que eran solteros o viudos,
presentaban un mayor rango de demencia que aquellos que eran casados o
divorciados. No obstante, el investigador señala que los resultados obtenidos
deben examinarse con más detenimiento, puesto que el estado civil registrado en
las estadísticas oficiales no recoge con exactitud la situación sentimental de
las personas. No obstante, en los mayores de 60 años, posiblemente la
percepción sea diferente que a edades más jóvenes (Ruiz, 2012).
- Sueño
La relación sueño-aparición de demencia ha sido
estudiada tanto por su exceso como por su déficit. En este sentido, una serie
de investigadores de la Universidad de Washington apuntan a la existencia de
una proteína llamada orexina, que está implicada en el ciclo sueño-vigilia, y
que podría jugar un papel importante en la patogénesis de la Enfermedad de
Alzheimer. En este sentido, se señala que tanto un exceso de sueño, como un
déficit podrían contribuir a un aumento de la acumulación de proteína
Beta-amiloide y por lo tanto, a un mayor riesgo de desarrollar en el futuro una
demencia tipo Alzheimer (Kang et al., 2009; Menéndez et al., 2011). De manera
detallada, los trastornos del sueño podrían jugar un rol determinante en el
desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas, ya que podrían exacerbar un
proceso fundamental que conduce a la neurodegeneración. Así, la optimización
del sueño podría ayudar a inhibir la acumulación de proteínas tóxicas y reducir
y retrasar la aparición de la Enfermedad de Alzheimer (Ibid, 2009).
- Depresión
La presencia de depresión en personas mayores es
considerada por varios autores como otro factor de riesgo a desarrollar
trastornos cognitivos, puesto que también se ha asociado a una peor calidad de
vida en comparación con aquellas personas que no padecen estos episodios de
carácter depresivo (Lucas-Carrasco, Peró y March, 2011). De hecho, son varios
autores los que afirman que la depresión podría ser el mayor problema
psicopatológico que afecta a la población de la tercera edad, apareciendo
alguna sintomatología depresiva en torno al 15% de la población mayor de 65
años (Izquierdo, Fernández, Sitjas, Elias y Chesa, 2003).
De una manera más detallada, parece ser que en esta
relación depresión-demencia, existe una tercera variable, que sería el alelo
APOE ¾. En este sentido, se ha señalado que la depresión puede ser un verdadero
factor de riesgo etiológico debido a que las personas quienes padecen esta
enfermedad, presentan unos niveles de glucocorticoides crónicamente elevados
que puede causar atrofia hipocampal y una consecuente disfunción cognitiva. No
obstante, también se indica que la depresión puede ser una consecuencia
secundaria al deterioro cognitivo progresivo, debido al daño frontoestriatal y
a la pérdida de volumen del hipocampo, causado por la neuropatología
neurodegenerativa (Hughes and Ganguli, 2009).
Izquierdo y sus colaboradores (2003) recogen en su
revisión que el deterioro cognitivo es más común en personas que sufren
episodios depresivos más tarde de los 65 años, enfatizando que podría haber una
causa orgánica común. Estos autores recogen una serie de hipótesis, que
explicaría la relación entre la depresión como factor de riesgo de la demencia.
En primer lugar, acuñan a la existencia de una tercera variable unificadora
entre la depresión-demencia, que sería el tratamiento farmacológico de la
depresión. Según esta primera hipótesis, la exposición prolongada al
tratamiento antidepresivo, podría predisponer biológicamente al desarrollo de
una demencia en un futuro. En segundo lugar, estos autores abogan que la
depresión y la demencia comparten factores de riesgo comunes, si bien los
trastornos cerebrovasculares, y una cierta vulnerabilidad genética expresada
mediante el genotipo APOE ε4, explicaría dicha relación. Por último, los
investigadores exponen la posibilidad de que la depresión podría ser un
precursor de la demencia, puesto que los estudios de casos clínicos en los
individuos diagnosticados de depresión, acaban desarrollando enfermedades
neurodegenerativas como la Enfermedad de Alzheimer (Izquierdo, et al., 2003).
- Ausencia de dieta saludable
En lo referente a la dieta, podemos indicar que
aquellas personas que no llevan a cabo una dieta equilibrada, unida a una vida
sedentaria, podrían tener un mayor riesgo de sufrir demencia, ya que estas
personas ignorarían una serie de factores protectores, además de acentuar
conductas que le llevan a último término a pertenecer a esta población de
riesgo.
En concreto, nos vamos a centrar en el exceso de
ingesta de calorías. Barranco y sus (2005) colaboradores indican que en los
países donde el consumo de calorías es menor (China y Japón) se presentan una
incidencia menor de Enfermedad de Alzheimer que en la de otros países donde la
ingesta calórica es mayor. Mattson (2003), hipotetiza que unos niveles bajos
calóricos, previene el daño en los vasos cerebrales, el estrés oxidativo y la
acumulación de proteína Beta-amiloide (Mattson, 2003, citado en
Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y Na